Mi querido Matías, hace un tiempo escribí un texto pensando en ti. Hoy lo releía y resulta que sigo sintiendo y anhelando lo mismo, gracias a ti y por ti. Por ello, aunque no es nuevo, decidí compartirlo también en este espacio dedicado a ti. Ojala que algún día lo leas y también te guste...
Miedo
No malinterpreten lo que voy a contarles. Le tengo un profundo amor a la Vida y fuera de ciertos ratos en que es inevitable la tristeza o cuando la nostalgia invade, procuro disfrutarla al máximo. Es sólo que, quizá por eso mismo, durante mucho tiempo hubo una especie de desapego, un decirme a mi misma si hoy concluye mi tiempo, todo bien, lo he disfrutado... No me imaginaba más allá del hoy, del día a día. Soy una apasionada de mi trabajo, que tiene la fortuna de ser dinámico y atraer temas diversos, pero ninguno -a la fecha- tiene un carácter permanente; lo fijo es la vocación, la entrega... Total, les digo, el futuro no tenía mucha forma. Pero ahora, o mejor dicho desde que Matías era una semillita y comenzó a crecer en mí -y ahora fuera de mi con asombros cotidianos-, ese porvenir desdibujado tiene rostro y nombre. Toda mi concepción del tiempo se transformó. Hoy es una oportunidad de estar para él y compartir con él, y mañana es una infinita responsabilidad de seguir para él. Este septiembre de 2006 cumplo 40 años. Jamás la edad produjo en mi reflexiones tan profundas como ahora. A la fecha, y gracias más a Dios que a una nula voluntad de cuidado personal, gozo de buena salud. Antes con eso me bastaba -casi no enfermarme al año y sanar pronto-. Hoy, de pronto, sin proponérmelo, surge de la nada la inquietud de cómo conservar esa salud, ese buen ánimo, esa energía... Y hay un miedo certero, claro, puntiagudo, de no estar ahí para Matías. De forma general, podríamos decir que en mi familia hay longevos sanos, que se toparon con alguna enfermedad hacia los años más lejanos de sus vidas, pero también hay casos de muertes que nadie esperaba, que agarraron por sorpresa al mismo fallecido... Veo a mis padres entregados a su trabajo, a sus hijos, a cinco nietos; los veo afanosos en sus querencias, viajando cuando se les presenta el viaje, gozosos... Se hicieron abuelos jóvenes, cuando tenían 47 años llegó mi sobrina hoy de 15, Ángela. Yo voy a cumplir 40 con un hijo de un año siete meses. Como bien decía mi abuela, Ángela también, matrimonio y mortaja del cielo bajan. Para mi el primero no llegó, ni creo que llegue y ni me apura; pero la segunda la deseo muy, muy, muy lejana, porque lo que sí llegó fue un regalo de Dios que es un milagro diario y por el que hoy mi corazón late con brío, Matías. No seré abuela como mi madre (aunque la Vida da sorpresas y quién sabe), pero sí deseo, como mínimo, 25 años más de Vida plena, sana, activa, productiva, curiosa, amorosa, enriquecida... Quiero acompañar a Matías en muchas etapas de su vida, quiero sorprenderme de las maravillas que le esperan, quiero apoyarlo en sus sueños, quiero mostrarle bellezas que me conmueven (en la gente, en esta tierra, en el universo...), quiero llenarlo tanto, tanto de amor, que cuando la mortaja del cielo me llegue yo siga aquí para él, en su corazón. Que sólo cambie la forma de la presencia y jamás haya ausencia. Ese es mi más profundo anhelo para este cumpleaños que se avecina...